En el mezquital, en la sierra, en los ranchos, aún en zonas suburbanas de la entidad, las leyendas e historias a propósito de las brujas persisten. Dulces ancianas, bolas de fuego nocturnas, animales y/o depredadoras dispuestas a todo con tal de obtener su alimento más valioso: la sangre de recién nacidos… las historias son por todos conocidas en esta hermosa tierra desde hace décadas.
En la tradición oral de nuestros pueblos, las brujas son mujeres que se alimentan de sangre de recién nacidos, seres malignos que mediante una serie de conjuros y acuerdos con entidades infernales pueden desprenderse de sus piernas para convertirse en algún animal, casi siempre un guajolote, y viajar envueltas en fuego hacia las casas de sus víctimas al amparo de la noche.
Por eso entonces era común encontrar sal en los accesos a las casas, agua bendita, tijeras abiertas junto a las cunas y camas de infantes e incluso calzones usados del día colocados estratégicamente en el centro de habitaciones y dormitorios con un crucifijo encima para protegerse de los influjos malignos de esas entidades que, en los adultos, pueden provocar un sueño profundo imposible de alejar.
Así podían alimentarse e incluso sustraer a los bebés y llevarlos a sitios desconocidos para cumplir sus satánicos rituales.